El Virus, la crisis de lo real y los mundos que habitamos
Pareciera que toda nuestra vida transcurriera dependiendo de las condiciones materiales externas. Como occidentales crecidos y educados en nuestra visión moderna del mundo damos por sentado que nuestra realidad es el mundo material objetivo, el descrito y estudiado por Newton y la ciencia. Un cosmos inerte, compuesto de materia y fenómenos materiales con existencia independiente de nosotros, y dentro del cual suponemos habitar. Es un mundo al que debemos controlar, someter, descifrar sus leyes mecánicas, para así construir tecnología y producir. La ciencia económica nos ha impregnado de un relato cultural de progreso, somos un homus económicus, cuya felicidad descansa sobre la base de consumir, tener objetos materiales, satisfacer necesidades y conseguir logros sociales. El éxito personal, ganar y triunfar son la consigna y la zanahoria prometida de la felicidad, detrás de la cual corremos desde que de niños nos dicen que debemos ser alguien importante. Y en el tratar de “ser alguien” y “alguien importante” nos olvidamos de ser y del ser.
Pues bien, en este mundo objetivo y material, aparece una entidad paradójicamente invisible – casi fantasmal – un minúsculo virus, que amenaza nuestros cuerpos y de paso al engranaje de todo nuestro sistema económico y los cimientos de nuestra seguridad. Obviamente nuestra reacción es enfrentarlo en el dominio de ese mismo mundo: con estrategias sanitarias, sociales y políticas, buscando bajar cifras de contagios, evitar o disminuir muertes y evitar el desastre económico. El virus nos confronta de manera dramática a nuestra condición de fragilidad y finitud, de incertidumbre. Nos cachetea en el rostro mostrándonos de manera abrupta y amplificada una condición a la que en algún momento todos estamos destinados a enfrentar: la enfermedad, la muerte y el derrumbe de lo conocido. Y nuestra reacción primera es buscar certezas en el dominio del mundo físico, el mundo médico, y el económico. Y recurrimos a las estadísticas y a modelos matemáticos predictivos para tratar de aferrarnos a certezas y así huir de la angustia de la incertidumbre.
Pero puede ser este un momento especial – en el tiempo del Kairos, que no es Cronos sino el tiempo subjetivo, cualitativo y divino – para hacer algunas reflexiones que nos permitan enfrentar de otro modo la angustia y la incerteza. ¿Habrá otro modo de relacionarse con la impermanencia y la finitud?, ¿qué es la vida humana que tememos tanto perder?, ¿Será el mundo newtoniano, material y externo el mundo que habitamos?, ¿O será también y tal vez más que nada el mundo de los poetas?, ¿O el de los románticos? ¿O el de los fenomenólogos? ¿O más aun, el de los místicos?
En el mundo de los poetas y filósofos románticos por ejemplo lo verdadero no es lo tangible y observable, sino lo bello y lo sentido. Es más real mi anhelo de libertad y mi sentimiento de amor y belleza, que mi cuerpo, mi casa y mis bienes. El Espíritu que habita en mí – o en el que yo habito – es lo primario y la materia sólo el escenario externo donde se desenvuelve lo anímico, pero además la vida entera está impregnada del Espíritu. ¿No será este un tiempo adecuado para despertar y escuchar a ese espíritu que anida en mí o más bien del que yo formo parte? ¿Pudiera ser que esta crisis nos haga valorar que vivir con el corazón pleno y abierto valga más que las interminables horas trabajadas para comprar bienes y educar a mis hijos en una carrera para que les “vaya bien en la vida”, léase: tengan una profesión, se casen, tengan una vida estable, ganen plata y sean exitosos? ¿Y si un momento de belleza y amor compartido es más valioso que años de rutinas sobrellevadas para mantener una vida segura y predecible?
Si bien no he leído más que una parte de su extensa literatura, creo entender la comprensión de los fenomenólogos existencialistas en relación a que el mundo externo no tiene existencia propia, sino sólo en tanto lo dotamos de intencionalidad y sentido con nuestra conciencia. El mundo humano es ante todo nuestra subjetividad, nuestra experiencia concreta vivida. Entonces, enfrentados como estamos a la posibilidad del derrumbe y de la nada ¿será lo único o lo más relevante permanecer alerta y preocupados por extender nuestra vida en el tiempo horizontal del calendario? ¿o será el momento de penetrar verticalmente en el ahora y preguntarnos por la cualidad y calidad de cómo vivimos nuestra vida? La dimensión subjetiva de la crisis que enfrentamos no se resuelve en el plano de las vacunas y las medidas económicas sino entrando en nuestra interioridad, que también es diálogo y encuentro verdadero con los otros. Las preguntas a la que nos interpelan los existencialistas son ¿vivo en el seno de mi propia consciencia de un modo auténtico, con sentido y propósito o vivo más bien alienado de mi interioridad, adormecido en roles, papeles, personajes y externalidades?; ¿vivo mi encuentro con el otro en una distancia defensiva, desde palabras vacías y lugares comunes repetidos o me atrevo a vivir con cercanía y verdad mis relaciones, con palabras nuevas y frescas que pronuncian más allá de lo debido y conocido? En este momento de cuarentena, despojado del trabajo y de mis rutinas ¿habito el silencio con comodidad o lo rehuyo con netflix, noticias y facebook? Tal vez el virus nos brinda una tremenda oportunidad para aprender a vivir con aceptación y comprensión la incertidumbre como condición propia de lo humano. Y a vivir más en paz y bondad la realidad de la impermanencia y la finitud.
¿Y qué hablar del mundo de los místicos? Desde milenios estos genios nos hablan de un “reino” que no está en el mundo perceptualmente experimentado y racionalmente pensado. Ellos son maestros del mundo subjetivo y de la consciencia y pareciera que descubrieron la llave para entrar a una dimensión que es un “aquí” fuera del espacio y un “ahora” fuera del tiempo. La consciencia de la que nos hablan no es tampoco la mente racional, sino una presencia silenciosa, inteligente, quieta, serena… un vacío espacioso en donde todo se da y todo transcurre, incluidas nuestras percepciones, nuestras ideas y sentimientos. En su indagación en la conciencia han ido más allá de los fenomenólogos y nos dicen que el sufrimiento humano es producto de la actividad de la mente y no de las condiciones externas. Ese fue el descubrimiento de Buda, quien enfrentado y angustiado ante la realidad ineludible del sufrimiento, quiso indagar en la naturaleza del mismo y descubrió que tanto nuestros deseos como nuestros miedos son producto de una condición de ignorancia en la que se encuentra nuestra mente, y que es posible liberarse de dicha ignorancia a través de un camino de introspección, experimentación y clarificación de la conciencia. Buda, Jesús, Lao Tse, Osho y cientos de otros místicos – muchos vivos en la actualidad – nos invitan a verificar esto por nosotros mismos y nos señalan lo que todos ellos hicieron: ir hacia dentro, dejar la compulsión por el hacer y el pensar y ubicarse como testigo neutro de los fenómenos. Con benevolencia, con aceptación, con el corazón sensible y vulnerable. Nos dicen que lo que allí se revela es una consciencia silenciosa, un espacio subjetivo de paz, compasión e inteligencia que está alcance de todos y que es infinitamente más real y verdadero que nuestra percepción del mundo, que nuestras ideas e imaginaciones. Más aun, esa presencia silenciosa es nuestra verdadera y oculta identidad detrás de la apariencia fenoménica del cuerpo y de las construcciones mentales que he hecho sobre mi mismo: mi ego. De allí la metáfora de que morir al ego es la liberación del sufrimiento y la entrada al reino. Que también llaman amor.
¿Y si entonces esta cuarentena es la oportunidad que necesita urgentemente el mundo humano para encontrarse con el silencio, en quietud, y meditación?, ¿Si me permito algunos momentos al día sentarme, relajar el cuerpo, en paz y disolverme en ese vacío relajado y silencioso que es la presencia consciente? Porque eso es meditar. Descansar profundamente en la conciencia, disolverse en esa paz, en ese silencio, en esa quietud que yacen detrás del lenguaje y detrás del pensamiento. Y es un arte que se aprende, se profundiza y se disfruta. Los maestros dicen que esa cualidad de la conciencia transforma toda tu experiencia, tu identidad y tu modo de estar en el mundo. ¿Puedes imaginar un mundo humano en donde nuestra condición natural, nuestra experiencia más cercana – no un ideal o un mandato moral – sea la armonía, la paz y la aceptación del ahora? ¿Puedes imaginar las consecuencias que eso tendría a nivel social, político y económico, es decir en el universo social y en el newtoniano?