Pareciera que toda nuestra vida transcurriera dependiendo de las condiciones materiales externas. Como occidentales crecidos y educados en nuestra visión moderna del mundo damos por sentado que nuestra realidad es el mundo material objetivo, el descrito y estudiado por Newton y la ciencia. Un cosmos inerte, compuesto de materia y fenómenos materiales con existencia independiente de nosotros, y dentro del cual suponemos habitar. Es un mundo al que debemos controlar, someter, descifrar sus leyes mecánicas, para así construir tecnología y producir. La ciencia económica nos ha impregnado de un relato cultural de progreso, somos un homus económicus, cuya felicidad descansa sobre la base de consumir, tener objetos materiales, satisfacer necesidades y conseguir logros sociales. El éxito personal, ganar y triunfar son la consigna y la zanahoria prometida de la felicidad, detrás de la cual corremos desde que de niños nos dicen que debemos ser alguien importante. Y en el tratar de “ser alguien” y “alguien importante” nos olvidamos de ser y del ser.